Anoche estuve en un laberinto,
una pequeña me acompañaba; era como
estar jugando un juego de estrategia donde tengo que esperar el turno para
tirar los dados y cada casilla representa un reto diferente.
El camino consistía en subir o
pasar por diferentes obstáculos, no había más jugadores que nosotras y el camino
se encontraba abandonado y oscuro en algunas secciones, al tener que pasar por alguna peña, está se
encontraba repleta de arañas enormes, todas ellas dormidas, recuerdo repetirme que
solo tenía que seguir un poco más para terminar y la sensación de suciedad sobre mí al pasar
por ahí.
Me recordaba la promesa que hice
cuidar a esa pequeña que me observa de manera callada, con el miedo y la duda
en sus ojos, siguiendo y asumiendo las consecuencias de las decisiones que tomo, a veces se resistía, a
veces no confiaba, cuando pasábamos por un campo verde se escondía entre
las colinas y la lluvia, entonces tenía que volver a buscarla e ir por ella
hasta que volvía a seguirme con su hermoso vestido de crinolina y su lazo en el
pelo, para regresar al camino que teníamos que seguir.
Durante nuestro recorrido solíamos encontrar muebles de cabeza encima de nosotras, cuando sentía miedo miraba hacia
atrás y me prometía no regresar; también había cuadritos llenos de personas
como un mercado en su máximo apogeo en donde pasar entre ellos resultaba más difícil
de lo que parecía, el piso estaba inestable y las personas no nos dejaban
avanzar, todo se movía y pareciera que fuéramos a caer en cualquier momento, sabía que si lograba salir de ahí me estaría esperando
alguien más, ansiaba tanto llegar, casi podía ver su silueta, a lo lejos, como
una promesa no dicha… estiraba mi mano para alcanzar la suya, nuestros dedos casi
se podían rozar, sin embargo no llegaban a ti.
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