Aquel día, ella despertó temprano, peinó su cabello e intentó arreglarse un poco antes de pasar por él a la central, estaba algo nerviosa, temía no llegar a tiempo y tal vez al no encontrarle, él podría cambiar de opinión y decidir regresar.

Con un nudo en el estomago salió corriendo de la casa para ir a su encuentro, por fin llegó y su pulso se aceleró, dio una pronta caminata por los pasillos buscándole, esperando encontrarle en cualquier esquina, topándose con las miradas de extraños como si ellos también estuvieran esperando que alguien llegará a su encuentro. Después de dos vueltas revisó el celular, no escuchó el mensaje que le preguntaba dónde estaba, entonces, ella giro a la izquierda y ahí estaba él, se acercó y recibió por saludo un cálido abrazo e iniciaron así la mañana.

Plazas, calles, museos, momentos y sonrisas; fue el recorrido de ese día.

Después de caminar por las calles del centro se sientan a ver la vida pasar, de pronto, en medio de la charla ella reposa su cabeza en su hombro y por un instante el tiempo corre a una velocidad diferente; da un suspiro y retoma su cause.

Entre platica y sonrisas se dirigen al café que se encuentra al final de cuadra, el tiempo vuela y no lo sienten pasar, ella tiene la sensación de que no ha dejado de sonreír y lo atribuye al efecto de la jarra de Clericot, a veces se queda en silencio y él se pregunta que pasa por sus pensamientos.

Es hora de despedirse, como habían anticipado en escritos previos un día no sería suficiente. 

Finalmente dos besos, dos abrazos y un hasta pronto con la promesa de volver.

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