Se conocieron hace meses, todo comenzó con un simple “hola, ¿cómo estás?”, palabras al azar que fueron tejiendo historias sin principio ni final.
¿Cómo terminas hablando de tu vida? Confiando miedos y esperanzas. Construyendo confianza y brincando los límites, no sólo de la piel sino del alma.
Las cicatrices pesan, pero ella se recuerda que son cicatrices y que ya es tiempo de dejarlas sanar.
Son tan diferentes uno del otro y al mismo tiempo similares.
Ella suele ser un poco más expresiva y cariñosa; él, a veces seco y distante. Sin embargo, se complementan. Hablan en silencio. Sonríen tontamente al recordar los momentos vívidos, como el roce de los labios; dulce, impulsivo, indomable. La unión de las aguas dulces y saladas. Se dejan envolver en un torbellino de emociones; en silencio y aislados del mundo, donde el tiempo se detuvo por más de un segundo.
Hoy caminan tomados de la mano, sin planes; viviendo un momento a la vez. Disfrutan los pensamientos vagos, las risas y las conversaciones sin palabras. Se sientan en el parque a ver las personas andar y las hojas de los árboles volar. Ella mira el cielo y tiembla, siente frío y se hace un ovillo entre sus brazos.
Cuando están juntos el tiempo va a un ritmo diferente, a veces se detiene y un suspiro los sorprende. No hay futuro, no hay pasado; están aprendiendo a soltar los tiempos vívidos, tomar las lecciones del pasado y volver a empezar, sin expectativas, sin promesas, sólo estar.

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