Aquí está otra vez, corriendo sin sentido por las callejuelas ya tan conocidas y recorridas en más de una ocasión. Otra vez, sin más sonido que el de su respiración y el eco de sus pasos por las calles desoladas. Si tuviera que contar las veces que se ha visto en esta situación, seguramente no lo recordaría.
Cada noche es igual a la anterior, siempre regresa al mismo lugar. En está ocasión se encuentra frente a una de las plazas del pueblo, buscando algún lugar no explorado, un escondite nuevo, esperando encontrar una puerta abierta. Al fondo de la plaza: la iglesia y frente a esta, se yergue una antigua cruz de cantera labrada con figuras en relieve, el reflejo de la luz de la luna la hace lucir imponente. Se detiene un momento y nota que no estaba ahí la noche anterior. No tiene tiempo para reparar en eso y echa a correr nuevamente entre las calles empedradas. Se tranquiliza por un segundo al pensar que está noche no lo siente cerca, quizá en esta ocasión, tenga un poco de ventaja antes de que aparezca.
Se ha preguntado en más de una vez si es que él puede leer su mente, en algunas ocasiones pareciera que se anticipará a sus movimientos, y sin importar cuán rápido corra, siempre la encuentra, sin importar el escondite. La angustia es tan intensa, que cada vez que lo ve no puede gritar, los músculos se tensan y no puede dar un paso más. Aun así, ella lo vuelve a intentar, lo intenta hasta que logra despertar.
Las calles son oscuras, entre los lugares recorridos parece que el tiempo se ha detenido, recorre casas; puerta tras puerta, camas sin hacer, ventanas abiertas, cacharros de la cocina tirados por el piso como si el tiempo se hubiera suspendido súbitamente. Hoy puede afirmar que ya conoce cada rincón del pueblo y que siempre estará sola. En las primeras noches, esperaba encontrar alguien a quién pedir ayuda, sin embargo está convencida que nadie vendrá.
Se ha ocultado en el salón de clase de la pequeña escuela, en la clínica, la biblioteca, entre las oficinas rudimentarias, en las casas abandonadas, debajo de las camas, roperos y por supuesto, más de una vez en la iglesia; bajo las bancas, en el atrio, el confesionario; con las manos entrelazadas rezando y rogando despertar. Es inútil.
Siempre aparece él. Se impone ante ella como una sombra que le sigue a cada paso y en cualquier momento está a punto de devorarla, como si pudiera envolverla, consumirla.
Ella sabe quién es él. Su presencia es escalofriante, es alto, delgado, con una elegancia espeluznante, se eleva ante ella como si no hubiera nada más alrededor.
En una ocasión, mientras intentaba encontrar un nuevo rincón o alguna puerta abierta entre las calles aledañas a la iglesia, encontró un amplia casona abandonada, la entrada esta conformada por dos puertas de madera en relieve, de más de dos metros de alto y al pasar junto a ella pudo ver una pequeña abertura que le permitió colar algunos de sus dedos y hacer fuerza para empujarla después de algunos esfuerzos. A diferencia del resto de las casas donde parecía que el tiempo se hubiera detenido, como si las personas que las habitaban hubieran simplemente desaparecido, está parecía estar sola desde mucho tiempo atrás. Al entrar, se distinguía a media luz un zaguán amplio, algunos muebles y los restos de que lo debieron ser unas hermosas macetas. A su derecha encontró la puerta al salón principal, lo cual era claramente la sala donde se recibieran visitas, la capa de polvo que cubría el piso era tan gruesa que resultaba imposible adivinar el color de lo que fuese en algún tiempo una alfombra, la cual ahora se encontraba destrozada y hecha jirones por los roedores que habían hecho de aquel pueblo su hogar. Entre los muebles desolados y maderas podridas; en la esquina derecha a un lado de un gran librero, encontró un nicho en la pared; era lo más parecido a un hogar, todavía se lograban distinguir restos de carbón con el atizador recargado en la pared, ella lo tomó y después de algunos intentos logró entrar en el nicho, el lugar era tan pequeño que apenas pudo doblar las piernas y alcanzar el atizador para cerrar la puerta. Sentía el latir de su corazón contra sus muslos, no quería respirar por miedo a ser escuchada, pasaron algunos minutos y comenzó a sentirse aliviada, tal vez podría despertar en cualquier instante y al menos por esa noche todo acabaría. Estaba tan cansada que apenas lograba mantener los ojos abiertos y se pregunta cómo se podía sentir sueño dentro de un sueño. Cuando sentía su respiración volverse más tranquila y comenzaba a descansar, algo le sobresalto, abrió los ojos y vio pasar una sombra por el filo de la puerta, era él, una vez más la ha vuelto a encontrar. Ella prácticamente deja de respirar, pero no logra controlar el temblor que recorre su cuerpo, y torpemente hace un esfuerzo por mantenerse en silencio. En la puerta del nicho encuentra un pequeño orificio y a través del cual, la luz que entra por el ventanal le permite distinguir un ligero brillo en sus ojos; es la primera vez que lo ve tan cerca y apenas alcanza a apreciar su rostro, cae en la cuenta de que es tan bello, tan frío e inexpresivo, pareciera simplemente perfecto, sus facciones son firmes y refinadas, sin imperfecciones. Lo ve pasar a un costado y se queda helada, sin aliento, él regresa y a través de la pequeña comisura, sus ojos se posan en los suyos, unos ojos de un negro tan profundo que a través de ellos puede ver la tristeza del mundo entero, en esa mirada se refleja el dolor de las guerras, el vacío, enojo y podredumbre de la humanidad. Ella siente como le recorre un escalofrío por toda la piel y queda perpleja, helada.
Intenta recordar una oración, algo que lo haga desaparecer, implora ayuda y ruega despertar. Quiere abrir sus ojos, volver a la realidad. Él da un paso hacia ella, parece flotar, no mueve ni un músculo de su rostro, y ella ve ese brillo en sus ojos que es pura maldad. Cuando está a punto de tocarla, cierra los ojos y con un espasmo brusco, despierta.
Con la respiración agitada y las lágrimas en los ojos, se intenta tranquilizar repitiéndose una y otra vez que ha sido solo un sueño. Nunca había llegado tan lejos, por un instante sintió su aliento gélido sobre ella, mientras sus manos soltaban tontamente el atizador e intentaba inútilmente hilar una oración.
Siente el dolor de la tensión en todo su cuerpo, el cansancio la invade y no puede creer que ya es hora de levantarse. Trabajosamente logra sentarse, recoge su cabello y limpia los restos de sus lágrimas. Después de un baño rápido y café al vuelo sale corriendo al trabajo, le espera una larga jornada.
Casi todos los días son iguales, noches intranquilas y mañanas corriendo para ir a trabajar, un café para poder reaccionar y el día se le va intentando resolver los problemas interminables en la oficina. En ocasiones se siente tan cansada que piensa que no puede más. Al salir del trabajo, dos o tres veces por semana se dirige a la alberca para relajarse e intentar inútilmente dormir profundamente. Las pesadillas se han vuelto más frecuentes en los últimos meses, después de un periodo de ausencia donde pensó que por fin las había superado, han regresado.
Tiene miedo de que llegue la noche y se encuentre en el mismo sitio.
Esto realmente se ha convertido un problema en sus días. Ha buscado todo tipo de ayuda; desde pastillas para dormir, para la ansiedad, tés relajantes y terapias de todo tipo; ha acudido con incontables psicólogos, los cuales han analizado sus sueños, los han desglosado, minimizado, plasmado en dibujos y ha tenido representaciones donde le enfrenta con tontos diálogos infantiles; donde a pesar de intentar hacerse la fuerte, finalmente se descubre como una niña llena de miedos que no logra vencerle. No han faltado las relajaciones; yoga, reiki, hipnosis, retiros espirituales, ejercicio, lecturas y música especial para dormir, todo sin resultado. En ocasiones, incluso ha sentido que ha perdido la fe. Se pregunta: ¿Por qué ella?, ¿Qué es lo que quiere? y ¿Por qué siempre regresa? Cada vez que elige una aparente solución, después de calmar las cosas por un tiempo, en realidad solo acrecienta el problema.
A veces se pregunta qué pasaría si simplemente se deja alcanzar, qué sucederá el día en que deje de correr, en que logre dominar el pánico, el llanto y el terror que le provoca saber qué será de él.
A pesar de sus ruegos sigue sin obtener respuesta.
Esos encuentros nocturnos se han convertido en su secreto, sólo lo ha confiado a su madre, a su mejor amiga y a su pareja. Esteban ha sido muy paciente, ha soportado los sobresaltos nocturnos, los gritos y manotazos al aire, que de una u otra manera siempre acaba recibiendo. Hay noches en que simplemente la observa, acaricia su cabello y le susurra al oído palabras dulces para hacerla creer que todo estará bien.
Las oraciones de su madre y las propias solo parecen tener efectos momentáneos, sin embargo, después de un tiempo regresa a las calles aisladas.
La semana pasada intentó con unas pastillas nuevas, y esto le da unas noches de aparente tranquilidad.
Al paso de algunos días sin los sueños recurrentes, se atreve a pensar que se han ido definitivamente, al parecer, finalmente las pastillas han surtido efecto.
Para celebrar, Ana y Esteban han decidido pasar unos días fuera, se deciden por un lugar nuevo, no muy lejos de casa ya que finalmente buscan una ciudad con poco turismo donde puedan encontrar paz.
Ella por fin disfruta de noches sin sueños y comienza a sentirse bien.
Al llegar al hotel siente una extraña sensación, se siente incómoda, y sin darle importancia lo atribuye al cansancio del viaje. Como ya es tarde, prefieren ordenar las maletas en la habitación y descansar antes de salir a explorar la ciudad.
La habitación es rustica, pareciera una pequeña cabaña, una cama de dosel y cortinas pesadas que dan la sensación de poder ocultarse del sol a plena luz del día, hay vigas de madera en el techo y el cuarto de baño es amplio y elegante. Ana decide tomar un baño en la tina, encuentra unas velas y sirve un poco de vino, será la combinación perfecta. Mientras se introduce en la tina, percibe una fría corriente de aire, le resulta extraño para la época de año en que se encuentran, pero supone que Esteban salió del cuarto dejando la puerta abierta; así que finalmente se mete en la tina, da un sorbo de vino y cierra sus ojos. A los pocos minutos, uno de los vasos que están sobre el lavabo cae, quedando hecho añicos, como si en lugar de haber caído accidentalmente, lo hubieran estrellado con rabia. Ella se incorpora sobresaltada, y busca una razón lógica que expliqué que pudo haber pasado. Termina convenciéndose de que el vaso se encontraba sobre la orilla y que las toallas contiguas lo hicieron caer. Así que una vez más intenta relajarse, respira profundo y se permite disfrutar la sensación de las burbujas cubriendo su cuerpo; así pasan suavemente los minutos, da un pequeño sorbo al vino, y mientras se inclina a dejar la copa, se queda inmóvil, un escalofrío recorre su espalda, se siente observada, pareciera que alguien más se encuentra en la habitación acompañándola. Teme volver la mirada al no saber lo que encontrará, contiene la respiración, mientras un suave temblor se vuelve el dueño de su cuerpo; las lágrimas se acumulan lentamente en sus ojos y su garganta se convierte en un nudo doloroso. Con la respiración agitada y prácticamente paralizada, susurra de manera casi inaudible: — ¿Esteban?. Nada. Silencio. Su lógica le dice que no es posible que haya alguien más, pero cada célula de su cuerpo le indica lo contrario. Pareciera que él se encuentra ahí, atrás de ella, aspirando su aroma. Al paso de unos segundos, cuando está a punto de reunir el valor necesario para voltear la mirada, siente una caricia helada recorrer su espina dorsal, a la que vez que una voz grave le susurra al oído: Eres mía.
Ana no logra contener un grito agudo, la copa de vino cae de sus manos y sale corriendo del cuarto de baño. Tras un ataque de pánico severo, gritos y llanto, logra calmarse lo suficiente para narrar a Esteban lo sucedido. Tras largos ejercicios de respiración, consigue tranquilizarse y convencerse junto con Esteban de que solo había sido su imaginación. Se acurruca en sus brazos y cae rendida por el sueño… hasta las tres de la mañana, cuando un golpe sordo en el ropero que se encuentra al lado de la cama la despierta, mira a su alrededor sin encontrar alguna razón aparente, Esteban duerme plácidamente; así que después de dar mil vueltas por la habitación, finalmente regresa a su posición fetal entre sus brazos y vuelve a dormir.
A la mañana siguiente salen a caminar; el día esta soleado y disfrutan de una caminata tranquila, pasan el día entre restaurantes coloquiales, cafés, museos, librerías y jardines de la ciudad. De regreso al hotel toman un camino distinto, aunque algunas de las calles le resultaban extrañamente familiares; uno de los jardines la hizo parar en seco y tener la sensación de que se había encontrado ahí antes. No es la primera vez que tenía esa sensación de “Déjà vu”, pero al ser una ciudad coloquial considera que es normal ya que todas las ciudades históricas tienen características similares.
Al caminar por una de las plazas, algo la detiene, una cruz se alza frente a ella; la cruz de cantera con adornos en relieve, y tras esta, la pequeña iglesia; a la derecha, la calle empedrada se inclinaba hacía arriba al igual que en sus sueños, se quedó de pie, observando mientras su mente no logra entender qué es lo que está pasando, ¿Realmente había estado ahí antes? Quizá pasaron cerca la noche anterior camino al hotel. Se resistía a creer que ese era el lugar de sus pesadillas.
Cuando llegaron a la habitación ya era de noche, la sensación de pesadez que siente al entrar al lugar es cada vez más obvia, pero está tan cansada que va directamente a la ducha y enseguida se deja caer en la cama, en cuanto su cabeza toca la almohada sus ojos se cierran y finalmente cae dormida, sin notar siquiera cuando Esteban entra a la cama y la abraza.
Está soñando otra vez, se encuentra en un campo oscuro, sin iluminación, sin estrellas ni luna, hay árboles alrededor, se ve a sí misma tirada entre las hierbas, mientras lucha inútilmente con una sombra que le oprime el pecho mientras sus manos se cierran sobre su garganta. Después de intentar poner resistencia, repentinamente queda inmóvil. Sus manos, sus piernas; las siente como si fueran miembros inútiles que no responden sus órdenes. La sombra se mantiene sobre ella, escucha una risa sorda, apenas audible y siente una caricia gélida en el rostro. Las lágrimas empiezan a correr, no sabe qué hacer, intenta desesperadamente terminar una oración, la cual no recuerda ni como inició, siente como su cuerpo lentamente se hunde en el lodo sin poder hablar o gritar, la angustia la domina, y al paso de algunos minutos va perdiendo la capacidad de respirar, las manos en su garganta le están cortando la respiración. Finalmente la falta de aire es lo que la hace despertar. Un grito sale de su garganta y se levanta abruptamente, su respiración es agitada y esta empapada en sudor. Está tan asustada que no puede articular palabra. Esteban se sobresalta e intenta abrazarla repitiéndole palabras de amor al oído para decirle que todo está bien, que ha sido solo un sueño. Le ofrece un vaso de agua e intentan dormir nuevamente, antes, ella mira el celular, otra vez son las 3:14 de la mañana.
Al despertar se levanta agotada, se siente sin fuerza y aplica los pocos ánimos que le quedan para intentar sonreír y arreglarse un poco; al maquillarse nota las marcas de la noche anterior, tiene los surcos de tres rasguños que se extienden desde su mandíbula hasta la clavícula. Está asustada, pero su única defensa es convencerse de que tal vez se lo hizo ella misma, así que lo cubre con maquillaje y se alista para salir.
Durante el día, a pesar de sentir el cansancio, logra olvidarse de las pesadillas de la noche anterior, y sin notarlo, se encuentra en medio de una de las calles de sus sueños, ve el portón de madera donde logró colarse la última vez. Al principio no lo reconoce, pero frente a la casa hay una fuente incrustada en la pared igual a la de sus sueños, nota las similitudes mientras Esteban insiste en tomarle una foto al lado de la fuente; fue en ese momento donde su mirada se posó en la casa y siente como el miedo recorre su cuerpo.
No sabe que es lo que está pasando, se pregunta si se está volviendo loca, si los sueños de los que se ha intentado apartar durante toda su vida, la han llevado precisamente a este lugar. Siente angustia, la cabeza le da vueltas y un fuerte mareo la hace perder el equilibrio hasta hacerla desvanecer.
Cuando vuelve en sí, todavía se encuentran frente a la casa, Esteban tiene el rostro desencajado por la preocupación, no termina de entender qué es lo que pasa. Ana finalmente logra tranquilizarlo convenciéndole que se trata de la intensidad del sol y que la falta de agua seguramente le afectó. No puede apartar los ojos de la casa, hay tantas similitudes… todavía está recuperando el aire cuando el portón se abre. Con tranquilidad ve salir a un hombre alto, delgado, de cabello y ojos negros, con un porte impecable, viste un traje oscuro, y un sombrero de lado, su mirada se posa en ella, apenas unos instantes; la observa, inclina la cabeza a modo de saludo y sonríe. Ella se queda quieta, sin decir una palabra, el terror se refleja en su rostro mientras lo ve alejarse con paso ligero. Finalmente logra articular algunas palabras y con lágrimas en los ojos le pide a Esteban regresar al hotel.
Una vez en el cuarto, Esteban estalla: — ¿Qué te está pasando Ana? Me estas volviendo loco, entre tus ataques de pánico y tus silencios prolongados, ¡Ya no sé lo que está pasando por tu mente! Este viaje era para relajarnos y estás peor que antes. Creo que lo mejor es regresar mañana a casa y buscar ayuda, no puedes seguir así.
Después de una larga discusión Ana finalmente acepta ir con un sacerdote. Agotada por el llanto y los gritos, toma sus pastillas y cae rendida.
Cuando abre los ojos, se encuentra frente a la plaza, debajo de la cruz, sabe porque está ahí, siente el impulso de correr, pero los pies no le responden.
En la esquina izquierda ve su silueta, ahí está él. La observa con detenimiento, con  mirada acusadora, esta vez no avanza hacia ella; se deleita escuchando el golpeteo acelerado de su corazón, sabe que le pertenece, sabe que finalmente llegaría, no hay prisa, tienen la eternidad para estar juntos. Comienza a avanzar a paso lento, seguro, sonriente. Siempre le ha divertido jugar al gato y al ratón, especialmente con ella. En las contadas ocasiones que la ha perdido por un momento, ha bastado con aguardar un segundo para escuchar su corazón acelerado y percibir el suave y dulce olor al miedo, así, cada noche la ha encontrado, y al paso del tiempo ha logrado acercarse cada vez un poco más. La última noche casi ha podido tocarla. Sabe que no huirá, está noche será suya.
Ella permanece inmóvil, quiere correr, quiere gritar y suplicar que Esteban la despierte, ¡Por favor ayuda! ¿Por qué nadie la escucha? Qué está pasando, no puede separar los labios y siente como si sus pies fueran parte del pavimento.
Él finalmente se acerca, su respiración acelerada lo hace sentirse más exaltado, con la mano izquierda la toma por el talle y con la derecha recorre su cuerpo hasta llegar a su cuello, disfruta la sensación de tomarla con fuerza, es suya, esta vez nada podrá quitársela. Acerca los labios a su oído y suavemente le susurra: Por fin, mía.
A la mañana siguiente el sol se cuela por los resquicios de las cortinas en la habitación, Esteban se asombra de lo bien que durmió, desde su llegada al hotel no habían conseguido tener una noche sin sobresaltos. Da un breve beso en el hombro de Ana y rápidamente se levanta a encender la cafetera y lavarse la cara. La llama diciéndole que es hora de hacer las maletas, deben salir temprano para alcanzar a llegar a la parroquia donde solicitarán ayuda. Abre las ventanas, se estira y le grita a Ana: Vamos amor, ¡Ya es hora dormilona! Estoy preparando café.
Pero es inútil, no recibe respuesta, Ana… Ana yace muerta.

Carolina Esparza, Mayo 2015

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